Podría ser hipócrita y responder que en absoluto soy infiel, que me entrego en cuerpo y alma a mis ideas y mis amores, que nada cambia ni yo tampoco. Intentar convenceros de que esa es la mejor forma de vivir, que hacer lo contrario es una inmoralidad y que la infidelidad habría que desterrarla de este mundo. Como digo, podría ser hipócrita. Pero voy a ser sincera con ustedes. Los datos que se refieren a la infidelidad conyugal reflejan que más de la mitad de los varones han tenido experiencias sexuales extraconyugales, las mujeres aún no alcanzan las mismas cifras, pero va en aumento. En contraste con esta realidad que se esconde tras un tupido velo, las personas valoran a la hora de buscar pareja, no el físico o la inteligencia, sino la fidelidad. Tampoco hay que pasar por alto que las infidelidades suelen ser una causa determinante en muchas rupturas de pareja. ¿Cómo compaginar entonces el ideal con la cruda realidad?
¿Somos unos inmorales o es que esta moralidad que tenemos no tiene en cuenta los deseos y necesidades humanos? Antes de que entren a polemizar con lo que digo, bien estaría definir lo que entiendo por fidelidad o infidelidad. Sería muy pobre quedarse en el terreno sexual para referirse a este término, aducir que cuando uno ama a una persona debe serle fiel y no mirar a ninguna otra. Esta es la concepción que seguro tendrán muchos de ustedes, pero puedo sumarle muchas más cosas. Ser fiel también habría que serlo a las primeras ideas que uno tuviera o a los primeros amores o a los primeros gustos. Sin embargo, ustedes entenderán que lo que un día me gustó no tiene por qué gustarme hoy, que lo que yo pensaba de la vida antaño hoy no coincide con mi pensamiento actual. Afortunadamente eso tiene que ser así. Las personas estamos en continuo crecimiento. Nuestros gustos varían, vamos sumando experiencias, relaciones. Si entendiéramos como infidelidad cada paso que uno diera que le aleje de lo anterior, no estaríamos donde estamos. Seríamos una especie sumamente pobre.
Nos caracterizamos por lo contrario, somos seres de gran complejidad, diferentes a cada instante, lo que pensaba ayer hoy no lo mantengo, puedo cambiar de trabajo, de pareja y hasta de color de pelo y eso no tiene por qué significar que sea mala persona o menos relevante para la sociedad. Sin embargo, se nos pide que seamos fieles en el terreno amoroso. ¿Cómo se habrá llegado a tal exigencia?
En un interesante trabajo de Freud “La moral sexual cultural en la nerviosidad moderna” el autor realiza un estudio donde contrasta las exigencias morales y las necesidades o deseos humanos. Una cosa es lo que se nos exige moralmente y otra, muy diferente, que “todos” podamos a llegar a satisfacer tales niveles. Hay personas para las cuales ser fieles a sus parejas es tarea fácil, pero para otras, en cambio, asumir tal exigencia les lleva al camino de la enfermedad, la insatisfacción o el engaño. Si uno quiere, es fácil de entender. Hay quienes se conforman con lo monótono, incluso, están así a gusto, personas a las que comer todos los días lo mismo les satisface. ¿Qué haría usted si todos los días hiciera lo mismo, viera a las mismas personas, dijera las mismas palabras? Creo que podría llegar a desesperarse. Pues eso mismo es lo que pedimos en el terreno sexual a todo el mundo, que se conformen todos los días con el mismo aburrimiento.
No todos somos así claro, porque podemos ser una pareja pero cocinar los mismos platos de forma diferente cada día, evitamos la monotonía, cada encuentro es una sorpresa. Este ideal, sin embargo, sean sinceros, pocas veces se cumple. El matrimonio acomoda, somos el uno del otro, posesiones, nos descuidamos, se acaba la pasión, todo monotonía, parecemos más que amantes, hermanos. Díganme así quién puede mantenerse fiel sin ser un insatisfecho.
Muchos hombres, para mantener sus matrimonios, vivían una vida paralela. Amantes o prostitución eran los caminos para su satisfacción, mientras que su vida familiar era cómoda y aparentemente feliz. Sus mujeres no les ofrecían lo que ellos necesitaban. Muchas de ellas también encontraban fuera de casa el lugar donde satisfacer sus fantasías, porque frente a sus maridos no podían. Como ven, un desencuentro de goces.
Entrar a valorar si esto está bien o no, no me corresponde. Pero sí decir que es una realidad. Que el ser humano no puede ser fiel, si lo es lo sería a sus primeros vínculos afectivos o amorosos, a sus primeras ideas y eso no hay quien pueda mantenerlo con salud. Tenemos que aceptar que ninguna persona puede ser una propiedad privada, la pareja ha de fundamentarse en el amor y/o deseo, para que ello se mantenga el trabajo ha de ser continuo. Conversar, respetar, tolerar. Debemos entender que todos deseamos muchas cosas y no por ello dejamos de hacer las que hacemos. Que a veces para que mi marido esté a gusto conmigo, tiene que encontrarse con otras relaciones. Que yo a veces, cuando hago el amor con él, pienso en otras personas. Que por decir su nombre, digo el de otro. Que sueña con otros nombres que no son el mío. Que a veces, nos encontramos deseándonos. Y que no nos separamos ni nos matamos, porque aceptamos que somos diferentes y, aún así, nos amamos.
Usted elige, la hipocresía o la realidad del deseo humano. En otros lugares la gente se mata por esto, aquí nos animamos a la conversación.
sábado, 22 de diciembre de 2007
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