Algunas personas viven la vida en una permanente provocación. Que provocar es una arte en si mismo y remueve conciencias, estados de humor, la ira desmedida de los detractores, o el fanatismo del admirador, es algo que nadie discutiría. El provocador suele ser de carácter altanero y su intención es fácilmente identificable. Todos no poseemos esa capacidad, que resulta incluso agradable cuando de lo que se trata es de atraer la atención sobre asuntos de marcada marginalidad, o por el contrario de exacerbada globalización.
Nada podemos decir del amante que provoca a su amad@, del grafitero en clara rebeldía contra la sociedad que le ha tocado vivir, del despelotado espontáneo en una gala de moda, o de los antitaurinos en el toro embolado de Tordesillas. Su incitación esconde tras de sí la defensa de una idea, a todas luces meditada hasta el compromiso. Su desafío es hacer demostrar que hay una alternativa, que otro mundo es posible, que la felicidad no pasa por los cánones establecidos.
Cuando se es provocador probablemente se ha trascendido a la idea de la muerte como fin del camino y se han encontrado razones vitales para orientar la existencia, que no llegarán a desaparecer jamás por más que el aburguesamiento anide en la vida de la gente...
Sin embargo, no era de ese retante personaje del que yo quería hablar. Yo quería hablar del detestable provocador cuyo gesto solo tiene un interés: el daño gratuito, y a veces sin límite de sus semejantes, ese cuya provocación solo viene a exaltar aspectos que, siendo cualidades en otros, se convierten en aspectos detestables en ellos. Así por ejemplo, unos brazos viriles musculosos en una camiseta algo ajustada en el torso de un hombre, se convierten en motivo agresivo en un personaje de estética neonazi (A nadie le preocuparía encontrarse con un skin enclenque y canijo). Una adopción, acto generoso y desprendido donde los haya, se convierten en un asunto turbio y oscuro cuando alguien de poderosa economía lo tramita por encima de toda la burocracia y seguridad establecida, haciéndolo en plazos impensables en otras solicitudes menos ostentosas. Seguro que al lector se le ocurren miles de ejemplos más.
El domingo encontré una nueva forma de desafío cargado de agresividad, innecesario, y doloroso donde los haya. A la playa donde asistía llegó una mujer joven de aspecto agradable, acompañada de un maromo no menos vistoso que parecían tener una complicidad digna de admiración. Esa hermosa imagen vino a deteriorarse cuando pude leer la frase de la camiseta que llevaba ella reposando sobre su pecho, sin más sujeción éste que la firmeza de la juventud: “Esta camiseta me la ha regalado tu novio ¡jodeté!!”
Posiblemente el donante no estaría allí; es mucho más que probable que tampoco estuviera la novia en cuestión, pero aquella frase me rechino en la mente, porque solo generaba dolor y rabia. Era una chica de curvas generosa y lindas como pude comprobar cuando se despojó de su atuendo, pero para mi había perdido todo el interés. Puede que en algún momento desease incluso que se fuese. Igual que un subsahariano si viese aproximarse a un neofascista.....
viernes, 7 de diciembre de 2007
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