viernes, 14 de diciembre de 2007

La juventud ¿divino problema? (Reflexión de una psicoanalista)

Un nuevo encuentro con la página en blanco me lleva a la juventud, no sé si la única forma de sentirme joven es encontrarme, cada vez, con un comienzo. Si Rubén Darío recogía en un poema el anhelo por la juventud perdida, muchas veces las noticias nos muestran una visión bastante negativa de los primeros años de nuestra vida. Basta echar un vistazo por Internet y una se encuentra con esto:

“El número de menores enjuiciados en Andalucía ha crecido un 18,1% en dos años, según se recoge en el Informe del Menor de Andalucía 2006 que fue entregado por el defensor del Pueblo Andaluz, José Chamizo, a la presidenta de la Cámara autonómica, María del Mar Moreno.”
“PERFIL DE LA JUVENTUD CORDOBESA. El 60% de los jóvenes menores de 34 años viven con sus padres. La comodidad y la falta de responsabilidades retrasa la emancipación en 4 de cada 10 casos. El desempleo es una realidad para el 59% de menores de 25 años, sobre todo si son mujeres.”
“La posibilidad de dar un cachete o un azote en el culo a los hijos sin que ello sea punible desde el punto de vista legal goza de un aparente consenso entre los expertos en materia educativa.”
“Los menores cometen delitos cada vez más violentos y actúan por puro placer. Expertos alertan de un cambio en el perfil del delincuente juvenil, que pertenece a una familia acomodada Casi 1.700 adolescentes han sido condenados este año.”

Visto lo visto ¡quién quiere ser joven! Datos, estadísticas, estudios intentan reflejar lo que es la vida del ser humano, encasillarla, hasta enjuiciarla, yo me pregunto si nuestra vida, nuestras ilusiones, amores, acciones, pueden definirse en unas pocas frases. Ni todas las mujeres somos iguales, ni todos los jóvenes han de tener los mismos problemas ni los mismos deseos. Realizando este pequeño estudio, en esta tarde de un invierno un poco atípico, también leía algo sobre el tan comentado informe PISA, que pretende evaluar el estado del sistema educativo en los distintos países. Nuevamente se quiere reducir la educación a unas cuantas cifras. Entiendo que tener unos padres u otros influye en nuestra personalidad, nuestra educación, nuestro nivel cultural, pero también he descubierto gracias al Psicoanálisis, que si uno lo desea, puede hacer que otras cosas influyan sobre sí mismo.

Si me remito al sistema educativo, tal vez sea demasiado pretencioso esperar que “nuestra educación” dependa exclusivamente de lo que aprendemos en el colegio, el instituto y la universidad. Se sucederán las reformas educativas, cambiarán libros de texto, metodologías, pero al fin y al cabo, nuestro proceso de humanización no se detiene en la formación académica. Compartiendo con ustedes mi experiencia personal y mis reflexiones, he de decirles que no fui una alumna brillante ni puedo achacar mis fracasos al sistema educativo, lo que soy y seré se deben a que me he ocupado de mi educación y de mi formación. Comencé a ir al psicoanalista desde jovencita y también a estudiar psicoanálisis, ello me ha dado una posición en el mundo, me ha llevado a los libros, a las personas, me ha hecho madurar, escribir, hablar. Si yo he podido tener mi camino, si muchos han podido, por qué hay que pensar que los jóvenes no tienen las puertas abiertas a la cultura, al conocimiento, al dinero… Tal vez en lugar de criticar hay que halagar las cosas que los jóvenes hacen bien, los hay deportistas sacrificados, buenos estudiantes, artistas incipientes, apasionados de la música, etc.

En cada uno de nosotros se esconde un “criticón”, resulta mucho más fácil y menos productivo criticar e insultar que reconocer lo que las otras personas hacen bien. Muchos de los problemas de los jóvenes se deben a la impaciencia y la incomprensión de muchos adultos que olvidaron su propia juventud, recuerdo una frase del psicoanalista Miguel Óscar Menassa en la que decía algo así: si un hombre con 40 años no tiene claro lo que quiere, cómo le podemos pedir a un joven que tenga claro lo que quiere. Hay que reconocer cierta envidia cuando hablamos mal de los jóvenes, en lugar de ayudarles a crecer los miramos por encima del hombro, como si nosotros no nos equivocásemos.

Haz el bien y olvídalo, proverbio árabe. Tal vez sería este un modo para ayudar a nuestros jóvenes a que sus errores no sean definitivos, como los nuestros tampoco lo fueron.

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